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Es sobrecogedor pararse frente al gran lienzo, ubicado en el salón de actos,  de la Facultad de Derecho, realizado por el artista argentino Antonio González Moreno, conocido como: La creación de la Universidad de Buenos Aires, que plasma el episodio del 12 de agosto de 1821, cuando se hizo la ceremonia inaugural, en la  Iglesia de San Ignacio, con cuantiosas figuras (de funcionarios, religiosos, militares, público en general, mujeres y niños) y la silueta principal de Martín Rodríguez, quien luce su banda de gobernador, con los colores de la Patria nueva. A partir de ahí, nace el deseo de buscar los datos históricos.

Hasta ese momento, en la América del Sur,  la muy justipreciada carrera de derecho  se cursaba  en la Universidad de Córdoba, en la de San Francisco Xavier de Charcas o Chuquisaca, en la de San Marcos, de Lima o en la de   San Felipe de Chile. Otros preferían viajar a distantes regiones, como Europa,  e instalarse allá para obtener el título habilitante.

Los nombres de los abogados, de los juristas,  están entrelazados con los de la historia nacional y, el máximo ejemplo, es la presencia de cuatro figuras fundacionales en Mayo de 1810: Mariano Moreno, Juan José Paso, Juan José Castelli y Manuel Belgrano, quienes, asociados a muchos otros,  estudiaron la manera de organizar el nuevo país.

Como novedad, en 1815, se instala, en la ex-capital del Virreinato,  una Academia Teórico y Práctica de Jurisprudencia, cuyo principal objetivo era mejorar el ejercicio forense de quienes ya tenían el título. Así se llegó 1821, fecha en la que se instala la  universidad que sostendría el erario de la provincia, organizándose  con  cinco departamentos y uno, llamado de  Jurisprudencia,  comenzó su labor bajo la conducción de Vicente Anastasio de Echeverría (o Echaverría).  Casi podría asegurase que hubo en paralelo una Academia y un Departamento de Jurisprudencia  hasta 1872. A partir de 1874, desaparecida una, se organiza la  Facultad  de Derecho y Ciencias Sociales [aceptamos que esta brevísima síntesis podría originar algún error de interpretación].

Las primeras tesis, inéditas por mucho tiempo,  son seis  del año 1827 y recién a partir de 1863 se declaró obligatoria su impresión.

Sobre la década de 1840, se  avecinaron  años engorrosos y de situaciones anómalas, con fuertes presiones políticas, cuando se exigía la fidelidad y decidida adhesión a la causa federal. Y, aún más, las memorias debían encabezarse con la leyenda: ¡Viva la Confederación Argentina. Mueran los salvajes unitarios! y unas pocas (de 1851)  debieron agregar: ¡Muera el loco, traidor, salvaje unitario Urquiza! Todo esto fue  eliminado en la reconstrucción post-rosista.

En decenios posteriores, dos años  son fundamentales: 1880, con la nacionalización de la entidad; y 1885, con la primera ley universitaria.

Sorprende, en la actualidad,  la magnífica biblioteca de la Facultad de Derecho. Entre los ex-alumnos, hallamos titulares del PEN, ministros, rectores, decanos, gobernadores, legisladores, funcionarios de organismos nacionales e internacionales, y, es obvio, miembros de la Corte Suprema  de Justicia de la Nación y de las  provincias. Uno de sus hijos, Carlos Saavedra Lamas fue premio Nobel de la Paz, en 1936, cuando se reconoció  el empeño argentino por terminar con la Guerra del Chaco.  Nunca olvidamos que de ahí también son   Carlos Calvo, el inspirador de la doctrina Calvo y  Luis María Drago, el alma de la doctrina Drago.

La UBA tiene en total 4 premios Nobel (el  arriba mencionado; dos por Fisiología y Medicina -Bernardo A. Houssay y  César Milstein-;  y uno por Química -Luis F. Lelor-); no desconocemos que La Plata tiene otro (-Adolfo Pérez Esquivel-).

En doscientos años de existencia, la universidad instalada en la capital del país, ha visto crecer las facultades, sus colegios del nivel medio, los edificios, las bibliotecas, las carreras, los títulos de grado y postgrado, los institutos de investigación, los vínculos con entidades extranjeras.

Alfredo F. Dantiacq Sánchez