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Nuestra Historia

La Sociedad Científica Argentina (SCA), con sus 145 años de existencia, es una de las entidades locales  más tradicionales, permanentes y altamente representativas del interés por la ciencia vernácula e internacional.  El hecho fundacional  se dio  del 28 de julio de 1872 y se transformó en una constante auspiciante  de múltiples encuentros, viajes de estudios, promoción y realización de las primeras exposiciones  científicas e industriales,  sostén  de  las expediciones a tierras distantes del país, animadora de conferencias y  seminarios; dispuesta, siempre, a congregar  a las más destacadas personalidades  vinculadas a la ciencia y la cultura del país o de visita por él; evaluadora de proyectos, asesora del Estado (en temas puntuales sometidos a su consideración) y una variedad de otras promociones.

En cierta ocasión dijo uno de sus presidentes: “No hacemos ciencia en el sentido de tener laboratorios, de tener grandes establecimientos,  sino que esta casa hace sí todo lo posible para crear una edad vital y una atmósfera que conduzca a valorar por parte de la sociedad, la ciencia, a estimular a los científicos …  (e) irradiar ante el mundo, por medio de los Anales, … que en la Argentina hay gente que se  dedica precisamente a este menester”.

La  propuesta para  dar forma a una agrupación interesada por la ciencia  partió de un grupo de jóvenes estudiantes universitarios residentes en Buenos Aires.  Recordemos: por entonces,  el país estaba gobernado por Domingo F Sarmiento y, si bien no tuvo injerencia directa en su instalación, justo es aceptar que había una atmósfera cultural  favorable  para una  decisión  de este tenor.

La Facultad de Ciencias Físicas y Naturales, con varias carreras, concedió, en 1869,  los primeros 12 títulos de ingenieros, que fueron para: Valentín Balbín, Santiago Brian, Adolfo Buttner, Jorge Coquet, Luis A  Huergo, Francisco Lavalle, Carlos Olivera, Matías  G Sanchez, Luis Silveyra, Zacarías Tapia, Guillermo Villanueva y Guillermo White.  Unos cuantos de estos, tres años después, resultarán fundamentales para el funcionamiento de la  sociedad, sin olvidar dos pasos fundamentales:

  1. a) el preliminar, protagonizado por los estudiantes del Departamento de Ciencias Exactas, entre ellos Juan Dillón, Santiago Barabino, Luis A Huergo, Valiente Noailles y  Estanislao Zeballos.  Y hasta pensaron posibles denominaciones: unos se inclinaron por   Academia Científica de Buenos Aires; otros por  Estímulo Científico. Comenzaban a delinear  el posible estatuto.

  2. b) El segundo, y definitivo, desplegado a mitad de ese año de 1872, cuando tras una reunión realizada en el edificio del Colegio Nacional de Buenos Aires, se nombra una comisión directiva que tiene como  presidente a  Luis A  Huergo;  vicepresidente, a  Augusto Ringelet;  secretario 1º,  a Carlos Stegman; secretario 2º, a Juan Dillón; tesorero, a  Ángel Silva y los cuatro vocales: Guillermo White, Francisco Lavalle, Juan Remorino y Juan Revy. En esta convocatoria se calcula una asistencia de 24 entusiastas, particularmente alumnos y profesores de la novel facultad de ciencias.   Así redactaron:

El propósito que los guiaba era, promocionar:

“Congresos y concursos científicos organizados por ella y su actuación en otros, dieron en el exterior un mejor conocimiento del país, mientras se desempeñaba en conferencias y conversaciones científicas de múltiples aspectos; (y) … su Biblioteca Pública brinda el tesoro de las obras más notables”.

Instalada la  entidad, su historia no se detendrá; han sido sus presidentes:  ingenieros, matemáticos, naturalistas, juristas, químicos, representantes de las fuerzas armadas, médicos.

** Ha tenido dos sedes. La primera: en virrey Cevallos 269 (Capital), de 1894 a 1933; con un hermoso salón-auditorio que las fotografías de época han  preservado para la memoria. Allí se escuchó, entre muchos, a Alberto Einstein, cuando visitó a nuestro país  y comentó sus novedades en Física, a poco de recibir el premio Nobel.

La actual:  en avenida Santa Fe 1145 (CABA), desde 1934.   Tiene un salón de ingreso,  bautizado Carlos Darwin,  con bustos de Juan M Gutiérrez, Germán Burmeister,  Luis A Huergo y Florentino Ameghino, una estatua que rememora a Francisco P Moreno y desempeño en la cordillera de Los Andes; y  se suman unas cuantas placas recordatorias. Dispone de tres salones-aulas en la planta baja, denominados: Luis F Leloir, Estanislao Zeballos, Francisco P  Moreno; una bella  escalera que  lleva  los  pisos superiores  y una cuarta (de madera), que conduce al cuarto. Bellísimo es el salón de lectura de la Biblioteca.